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viernes, 30 de noviembre de 2007


En tiempos de La Oca en el Océano presentamos un artículo publicado en Revista de Arqueología, Historia16 o Enigmas entre otras publicaciones. Se trata de una faz en un acantilado. Está cerca de Barcelona. No és única en el mundo, desde luego que no. Hay muchas, unas claras, otras dudosas: otra cara en Cervelló cerca de Barcelona también, una cara en el Dobra en Cantabria, una cara en el fondo de la cueva de Altamira, la dama de Mali, el Hombre de Hoy en Escocia, la Cara de Dios en Despeñaperros, la esfinge de Babele en Rumania, las caras de cuatro presidentes en USA, el Buda de Leshan, los Budas que destruyeron los talibanes en Afganistán, las cabezas olmecas... Multitud de rostros pétreos nos contemplan.
LA CARA DE TABÀ
Como si se tratara de un pequeño país aparte, Corbera de Llobregat, en España, a unos veinte kms. de Barcelona, constituye un área diferenciada del resto de la comarca del Baix Llobregat. El “de Llobregat” que completa el nombre se debe al descenso del terreno - en la parte norte del término municipal - hacia el río Llobregat: una zona quebrada y peligrosa por ocasionales avenidas que no se allana y ensancha hasta la misma desembocadura, una barrera natural que sólo un antiguo camino lucha por atravesar. En el lado sur en cambio, siguiendo el valle en el que se encuentra la vecina población de La Palma, está la que ha sido siempre la entrada por excelencia a Corbera. De cauce más seguro, de acceso más cómodo, más cercana al mar y a Barcelona, esta entrada se angosta sin embargo hasta constituir una definida puerta que permite el paso - o podría impedirlo - al pueblo encaramado desde antiguo en la roca central, el car, que le da nombre a través del animal que anida en ella: el cuervo (“corb”) el animal que nidifica en el “car” (1). El área de Corbera, ocupada por lo menos desde comienzos del neolítico, ofrece una apariencia de caldera, de fortaleza, por las montañas y acantilados que la rodean y aíslan. En el valle de acceso las “Penyes de Tabà” conforman una parte del exterior de la “muralla” perteneciente hoy, por avatares de época feudal, al término administrativo de la vecina localidad de Cervelló. Y en estos riscos se aprecia una singular y desconcertante formación antropomorfa de colosal tamaño, una efigie que provoca la duda acerca de si se trata de un capricho de la naturaleza o de una obra humana. Si nos atenemos a la primera posibilidad, más acomodada al afán de realismo al cual deberíamos ceñirnos ni que sea por elemental sentido de la prudencia o del ridículo, podemos apelar al hecho a veces común de creer apreciar rasgos faciales en las formas geológicas, podemos pensar que la piedra se haya roto hasta ofrecer una ilusión óptica. Pero, ¿y si aceptamos sucumbir a la tentación de pensar que pudiera tratarse de una cara esculpida? Consideremos los factores que podrían inducirnos a tal posibilidad. Ante todo llama la atención la gran nitidez con la que se advierte, el hecho de que se aprecie perfectamente desde cualquier punto de vista: desde abajo, desde lo alto del acantilado a su izquierda, desde el de su derecha, desde el lado mismo de la propia cara... No sólo “se ve”, sino que “está”.
Desde donde más realce adquiere es desde el valle, precisamente desde el camino a Corbera. “Mira” hacia la salida del sol, del mismo modo que sucede en la mayoría de construcciones megalíticas o de ermitas, iglesias y monasterios medievales con sus ábsides apuntando hacia el este. Y como la mayor parte tiene un “error”: se orienta hacia el N.E.-E., hacia el valle al cual parece querer vigilar pero también coincidiendo con la posición de la salida del sol en el solsticio de verano, momento en el que la cara casi desaparece a la vista a causa de la ausencia prácticamente total de sombras que la definan. Curiosamente, la desviación N.E.-E., es la misma que presenta el cercano monasterio románico de Sant Ponç. En esta importante construcción románica destaca también el hecho que una imaginaria línea recta trazada hacia el punto que sus ábsides señalan llegaría hasta la misma efigie en los acantilados, con toda precisión, con apenas un posible error que no llegaría en ningún caso a superar los 50 mts. Quedan así alineados el monasterio citado, la cara y la salida del sol en el solsticio de verano. Y aun más: un poco más lejos queda alineado también el priorato de St. Pere de Clarà. St. Ponç y St. Pere eren los dos únicos monasterios que dependían del monasterio osonense de Sant Pere de Casserres, siendo esos tres los únicos que en Cataluña dependían del importantísimo monasterio francés de Cluny.
En la base de la muralla pétrea que forman los ancantilados, en su centro y cerca de la cara, se abren cuevas en las que se han encontrado restos cerámicos. A destacar la espléndida jarra con asas clasificada como del neolítico inicial y que revela una presencia humana ya, al menos, en 6.000-4.000 aC. Las cuevas “colgadas” del acantilado, debido a su difícil acceso y al material hallado, parecen indicar un carácter ceremonial. En Corbera se descubrieron insculturas (las más al S. de Cataluña), herramientas y entierros que demuestran una intensa ocupación prehistórica del territori.
Natural o esculpida (quizá combinación de ambos factores) es plausible de imaginar que una cara en unos acantilados guardando el lugar habitado – y sagrado por diversos emplazamientos – pudiese tener una consideración desde antiguo. Despeñaperros por ejemplo, entre Ciudad Real y Jaén, presenta un caso similar: en un acantilado con cuevas, mirando hacia el este, a la entrada de un congosto, en una zona de destacada población antigua. Es la formación antropomorfa conocida con el nombre popular de “Cara de Diós”. En Corbera sólo el silencio la nombra, incluso los riscos en los que se encuentra aparecen innombrados en los mapas. Pero tras consultar con gente de edad sabemos que son conocidos como las “Penyes de Tabà”; la masía al pie, el Mas Tabà. Tabà puede resultar una acepción ibero-vasca con significado de “puerta de entrada” o de “el padre de la puerta”, lo que definiría la efigie. A su lado se abre la zona denominada “L’Aristot”, nombre del que sólo tenemos un equivalente en la comarca pirenaica de la Cerdaña y que remite a roble, fuerza, “el mejor”, e incluso a “monumento a la memoria” y podría hacer referencia a la cara. A esta raíz “arist” que en vasco designa al roble, debemos la palabra “aristocracia”.
La Cara de Tabá: ¿una obra humana? La prudencia nos pide ser cautos, el atrevimiento nos impulsa a la afirmación. No es extraño el erigir estatuas o efigies colosales: la esfinge de Giza, los colosos de Memnón, el gigante de Cerne Abbas, la oca del Sidobre en Francia, Daibutsu (el Gran Buda) de Kamakura, las monumentales cabezas olmecas, Serpent Mound en Ohio con su forma de ofidio, el caballo de Uffington en Oxforshire en Inglaterra... Otras formaciones como la gran dama de granito en unos acantilados de Mali, el Hombre de Hoy en Escocia, la esfinge de los Cárpatos, y un larguísimo etcétera, muestran aspectos que ofrecen dudas sobre su artificialidad pero también sobre su naturalidad. Decenas, quizá cientos de formaciones de un aspecto humano o animal ya casual, ya causal, se reparten por el mundo. ¿Qué aspecto tendrían los presidentes de E.E.U.U. esculpidos en el Mount Rushmore tras tres, cinco, siete mil años de erosión y descuido? ¿Serían tomados por un capricho de la geología o de la historia?
© Martí Pié

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